Holanda: bicis por todas partes (hasta en el tejado)

Estar de Erasmus en Holanda y no montar en bici debe ser algo así como ir a Italia y no probar la pizza. Y es que como todo el país es prácticamente plano, la bicicleta es el medio de transporte perfecto para moverse de un lado a otro. A nosotros, nos gustan sencillas y en colores oscuros. Ellas, en cambio, las usan en colores claros e instalan grandes cestas sujetas al manillar. Pero una cosa está clara: la mayoría prefiere moverse sobre dos ruedas antes que coger el coche o esperar al autobús. Y de hecho, en los Países Bajos ya hay más bicicletas (18 millones) que habitantes (16 millones).

Maastricht lo pone fácil. La ciudad está rodeada de carril bici, casi siempre separado de la calle principal mediante un bordillo para que los coches no pasen muy pegados al ciclista. Además, las bicis tienen sus propios semáforos (distintos de los de coches y peatones), tienen prioridad en los cruces y circulan por puentes o túneles en las zonas más congestionadas para evitar la inhalación de los gases contaminantes de los coches. La mayoría de los conductores también monta en bicicleta, lo que significa que realmente tratan a los ciclistas con mucha precaución.

En bicicleta por Maastricht. Foto: Сергей’ (Flickr)

Desde que llegué aquí, creo que no he conocido a nadie sin bici. La población estudiantil suele comprarse una de segunda mano nada más llegar. Las de primera mano son prohibitivas: no bajan de 200 euros. La mía, en concreto, se la compré a un indigente de metro y medio que respondía por el nombre de “Mowgli. Me costó 50 euros, llevaba marchas, y “Mowgli” incluía en el pack candado y luces para que no me multen. Esa fue mi primera bicicleta del Erasmus. Ahora ya voy por la segunda. Otra cosa que necesitas saber si decides venir a Holanda: aquí el robo de bicis está a la orden del día. Da igual cuántos candados uses. Cada año, se roban en Holanda unas 900.000 bicicletas

Miércoles. Tengo clase a las 11 de la mañana. Son las 10.53 y aun estoy lavándome los dientes. Suena The Killers. Agarro el abrigo y las llaves, pego un portazo y bajo las escaleras, corriendo, hasta el cuarto de las bicis de la residencia. Encuentro la mía y empiezo a pedalear como si no hubiera un mañana, haciendo zigzag entre los puestos del mercado que cada miércoles y viernes montan en la plaza a la que da mi habitación. La facultad está a solo 5 minutos. Mientras esquivo transeúntes, me hago preguntas como ¿a quién se le ocurrió cubrir las calles de la ciudad con adoquines en vez de poner asfalto?

¿Dónde está mi bici? Foto: glasseyes view (Flickr)

“Las p*** piedras estas resbalan muchísimo hoy, ¿no?”, me digo a mi mismo. Un día de estos, cuando empiece a helar por las noches, me la voy a pegar. En Amsterdam, donde más del 75% de los habitantes tienen biciun promedio de 14.000 niños de entre 4 y 12 años recibieron atención médica tras una caída en el periodo que va de 2006 hasta 2010. De los 2.000 que acabaron en el hospital, la mayoría sufrieron conmociones cerebrales. Más datos. Según la Oficina Central de Estadísticas (CBS), 185 ciclistas murieron en accidentes de tráfico solo en 2009. ¿Cómo es que en el país de las bicis, pese al elevado número de accidentes, no es obligatorio llevar casco?

Nadie apuesta por hacer que sea obligatorio. De hecho, la mayoría sostiene que reduciría el uso general de bicicletas porque no es tradición llevarlo. Pero, a cambio, para reducir el número de accidentes se apuesta por otras medidas. Un buen ejemplo son los “carriles bici calientes”. La idea de instalar sistemas de calefacción en las vías ciclistas surge en ciudades como Utrech, donde se calcula que se podrían evitar 7000 accidentes durante las semanas de invierno en las que la nieve y el hielo se adueñan de las calles.

Llego a la universidad, bajo una rampa y echo mano de la cartera. En el sótano del edificio hay un gran aparcamiento para bicis al que solo pueden acceder alumnos y profesores. Las puertas se abren al pasar la tarjeta universitaria por un detector. Que eficiencia. Me siento moderno cada vez que la uso. A diferencia de España, aquí el carnet de la universidad sirve para algo. Puedes comprar un café, pagar la comida, hacer fotocopias o entrar a la facultad cuando el conserje ya se ha ido. Y te evitas llevar el bolsillo lleno de monedas o pagar comisiones por usar la tarjeta de crédito.

Bicis en la plaza Vrijthof de Maastrcht. Foto: Curtis Gregory Perry (Flickr)

Busco hueco entre las más de 200 bicis que hay aparcadas. No parece tarea fácil, menos a media mañana cuando casi todo el mundo tiene clase. Al final encuentro sitio, pongo el candado y corro a clase. Llego justo a tiempo. Entonces, pienso, “si en una ciudad relativamente pequeña como Maastricht suele haber problemas de espacio para aparcar tantas bicicletas, ¿qué demonios hacen en Amsterdam, dónde ya hay más de 800.000 bicis solo en el casco histórico? Ya dentro del aula, abro el portátil y decido preguntarle a Google.

Descubro que, después de haberlo probado prácticamente todo (parkings subterráneos, barcos adaptados, puestos callejeros con arcos de acero dónde enganchar la cadena…) el Ayuntamiento ha encontrado una nueva solución: aparcamientos automáticos en los tejados de las casas. La idea, inventada por la empresa local de ingeniería Velominck, consiste en un almacén mecanizado que dispone de un ascensor capaz de subir las bicicletas hasta cuatro pisos de altura.

A juicio de la empresa, todo son ventajas. El sistema no necesita empleados ni guardas de seguridad, todo está automatizado. Además, evita errores en la recogida, puesto que es el usuario quien retira la bici con su tarjeta personal. Solo hay que encajar el vehículo en un raíl, para que suba en el ascensor sujeto a un brazo robótico. Una vez arriba, la bici es colgada en un bastidor junto con otras cincuenta. Para recogerla, solo hace falta esperar a que vuelva a bajar por dónde ha subido. Barato, preciso y sencillo.

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